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Mientras tanto, enviando cartas desde la ciudad del viento

viernes, 15 de abril de 2011

Saudade

Siempre dijo que no a las promesas mayores. Pensaba que el aire volaba entre cirros de algodón. Dormía en lo etéreo del sueño. Rumiaba a los mares que no se empeñaran en chocar contra él. Que se durmieran en su regazo, que se marcharan.

Nunca puso las cosas donde en su sitio debían estar. Confiaba, aun a sabiendas de cometer un irremediable error, en que la Diosa fortuna apareciere. Le gustaba jugar con los tiempos verbales y sonar elocuente, genuino, letal. Pedante de morfinas edulcoradas. Señor de pedanías de las mejores sinestesias.

A veces, dubitativo. Tremebundo y ramplón, lacónico de sus ironías, callaba. Maldecía también. Erraba. Cansado de las desdichas de aquel que en silencio calla. Dormido de las penumbras que deslumbran esas chicas al pasar. Soñaba.

En ocasiones se ahogaba en el orvallo de las primeras luces. Desconectaba las alambradas y se tumbaba a ver las ovejas contar en números primos. Le gustaba pensar, entonces, que era especial. Que los acordes sólo sonaban a corcheas cuando rumia tu falda a mi vera.

De cuando en vez, y de vez en cuando, bebía. Ahogaba sus ilusiones en boletos de feria andaluza, en picante de papa arrugá. En apóstrofes egoístas de un público sordo y dormido, en arengas de un ojalá.

Últimamente, se hacía mayor. Sorteaba los guijarros de los créditos de libre elección y veía los vestidos de moda cada vez más vintage. Pedía siempre Brugal añejo y Gin-Tonic tras las desvelas. Y el tiempo, ufano, reaccionario, desafiante y cabrón, le miraba con esos ojos burlones en cuaderna vía.

Soñaba, sí. Al fin y al cabo. Veía la vida, perra y vieja, pasar.

Sintiendo que todo estaba en su sitio.

Que nada, en su lugar.