Dicen que bajó el estaño y se apagaron las promesas. Los hielos, vanidosos ellos, pendían ahogados de un hilo que no acababa de cortarles
las alas. Las musas soñaban entre grados etílicos y los hados, vestidos con
camisa de Jack Daniels y pinza fina, volvían a servir.
Lucía camisa a cuadros y
una sonrisa entre las tempestades. No vendía nada y sin embargo, cargado de
buenas voluntades, rebajaba sus pertenencias hasta una mirada de sinceridad.
Nada valía más, y él lo sabía, que un testimonio gratuito de una historia
vivida a las velas. Que un pagaré de vuelta, que una pupila verde, que una
canción cansada.
Dicen que se acunó en los
desvelos de la música en acordes de despedida, de mañanas sonando en alarmas en
laudes en sí-bemol, en almohadas celosas, en sábanas vacías.
Se fue a tomar unos vinos
vestidos en crisis helena y acabó peinando las barras, no de rizos de desmesura
sino de historias para no dormir.
Tomó el camino de siempre,
por donde crujen las pisadas desdichadas.
Por donde resulta fácil volver.
Por donde trafican los sueños ilusos.
Por donde duermen las madrugadas.
Por donde duermen las madrugadas.