Cuando llega la primavera…
El tiempo se pasa volando. No hay oficio, no hay santos. Te quedas dormido en cualquier esquina y por la mañana una de aspirina, por favor. Sientes que los días se escapan de las manos y la casa sigue sin barrer, y no te digo fregar. El parqué ya no flota, levita.
Te preguntas cosas absurdas y durante el tiempo en que tratas de aprovechar el momento, es justo en ese preciso instante cuando te das cuenta de que no hay remedio. No sé qué hacemos durante el día y las noches se pasan volando. Miras al reloj atónito y te preguntas quién mueve las manecillas más rápido de lo debido. Vinimos aquí para fichar todas las mañanas al entrar a casa, y al salir también. Con tarjeta a la entrada, con pitido estridente y festivo a la salida. Y no hay remedio, digo. Las mentiras ya no duran ni un año, los sueños se pierden en los papeles y en facturas sin pagar, la ilusión, en una extraña compañera que viene y va. El dinero en listas sobre las paredes con nombres tachados y cobradores del frac vestidos de payasos. Las sonrisas, en fotos en color y en blanco y negro, en conversaciones sobre la vida y la felicidad alrededor de un plato caliente y queso semicurado. La verdad, en primaveras que enferman de promiscuas y pecan de vejez…las hojas siguen sin salir, el cielo empieza a llorar y se olvida de lanzarnos esos malditos copitos. Incluso hace más calor, y para ser sinceros es el peor de los agüeros. La beca de un año acusa de pronto pago y no entiende de tiempos, aunque cada vez se maquilla más de rojo y negativamente nos mira pixelizada. La distancia te aprieta, y las noticias en el viento no gustan a nadie.
Cuando llega la primavera sueñas con septiembres pasados, con rubor en las mejillas y más cabellera en la cabeza. Con desconocidos de primera mano y juventud renovada. Con polocos de películas de serie B, con barbacoas de bienvenida. Con salmones rosados y no esos pálidos. Parece que fue ayer cuando llegábamos con las maletas repletas de ilusión a borbotones, cuando un café en cualquier esquina era una fiesta de recibo, y hoy ya sólo van quedando los posos. Cuando la primavera llega, miras también hacia delante y todo se perfila difuso, sordo y tapiado por una bruma que no te deja ver más allá de tus narices, no obstante ya no eres el mismo, y cierto es que te sientes preparado.
Porque cuando la primavera llega, ríe el otoño, sueña el verano y llora el invierno.
Porque, cuando llega la primavera a Dinamarca, las hojas no caen, pero como acabo de decir, se olvidan de salir. Y eso que, a veces y sin venir a cuento, soy más feliz que vosotros.