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Mientras tanto, enviando cartas desde la ciudad del viento

sábado, 17 de julio de 2010

...

Insúltame.
Odiame.
Dime todo lo bien que te has portado conmigo. Deja que ella me insulte y me ponga a parir, contándote y convenciéndote de que no merecías mis palabras.
Llora. Lamenta nuestro último encuentro hasta no poder expresarlo de ningún otro modo más que con lágrimas. Mátame.
Créete, en lo más profundo de tu ser, de que me equivocaba. De que las mías fueron de cocodrilo y de que no tenía justificiación para ponerme así. Odiame más aún.
Puedes decir que no tenía derecho ni vergüenza alguna. Copia mis letras.
Déjame, al fin y al cabo. Líbrame de este sufrimiento que creía superado.

Que yo estaré tranquilo.
Que yo estaré pausado.
Que yo, con la conciencia calmada y sabedora de haber hecho las cosas bien, trataré de dormir todo ese sueño que sé que no conseguiré.
Por que mi reacción fue más que inesperada, inexplicable.
Porque los recuerdos queman de un modo que nadie podría imaginar.

Porque no tenías derecho.
Porque era, más que nunca, mi decisión.

Gracias, por jugar conmigo sin pedirlo. Por aparecer cuando nadie te llamó, cuando nadie respondió a tus plegarias. Por hacer de tus deseos un juego de niños y plasmarlos en mensajes de botellas perdidas sin sentido. Por no haber madurado lo que debería estar ya caido.

Porque mis palabras tienen más de un sentido.
Gracias.

Por hacerme daño una vez más.

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