Sonó la canción cuando todo el
mundo buscaba un limón en el que ahogar la acidez de ese último chupito. No
había sal, y las lenguas se ahogaron en un profundo grito de soledad. Las servilletas,
apiladas en una negra espiral, cumplieron su cometido.
Fue entonces el momento de las
luces, y esa noche se olvidaron de brillar. Jugaron a perderse entre las
sombras y los chicos, demasiados para tan poca falda, apuraron un sorbo más,
tratando de que las copas hicieran de las suyas. Todos esperaban un cambio de
tercio y pocos estaban preparados para lo peor.
El suelo no daba más de sí y los
taburetes, con demasiadas expectativas, cogieron de soslayo a los más tímidos. Ya
nada podían hacer para huir de sus brazos. Quizás, y como tregua para no
alterar el sentido de los hechos que han de ser así, agitaron los hielos con un
movimiento circular buscando las burbujas del olvido.
Y allí estaba, una vez más.
Vestía camisa blanca y corbata, demasiado aflojada para la ocasión, pero lucía
una sonrisa, otra vez, que no era capaz de olvidar.
Lo mejor fue huir del lugar
aguantando los reproches.
Lo mejor, pensó, fue perderse entre
sus pasos.
Y oler las flores.
Y que tremendamente abrazable eres tú.. mil gracias :)
ResponderEliminarel final es muyyyy dulce!m encantó!
ResponderEliminar