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Mientras tanto, enviando cartas desde la ciudad del viento

domingo, 17 de julio de 2011

Niñeras

Niños, oigan. Niños de todas las edades. De todos los sabores y de todas las marcas. Niños pelotudos, de la concha de tu madre. Niños aztecas con cara telenovela y nombre de repostería. Niños gringos, niños de calle los Andes esquina con Machu Pichu. Niños del sur, niños del norte. Niños de todas partes.

Niños malcriados y niños adorables. Niños que no saben por dónde les da el aire. Niños recién salidos del Serenguethi y que te sorprenden un día sí y un día también. Niños sociales, niños tímidos, niños a mares.

Niños que te persiguen, niños que se te escapan. Niños que estarían mejor si a la cama los ataras. Niños traficantes, maleantes. Niños y más niños con infinidad de nombres. Niños amantes.

Niños esquivos, escapistas. Niños de los de “érase un niño a un monitor pegado”. Niños mágicos, trapecistas de la sociabilidad. Niños buenos, niños sin maldad.

Y ante los niños, niñeras. Mayordomos, babysitters, domadores de pequeñas fieras. Caza terroristas de hotel de cuatro estrellas siempre a la última moda. Expertos en el arte de dorar la aspirina infantil. Paseadores de canes de Central Park vestidos de verde y negro y unidos en Montanya.

Niñeras digo, niñeras a saldo con disponibilidad 24 horas a su servicio. Niñeras que saltan, niñeras que gritan, niñeras que lloran, niñeras que te llevan de la mano a ser feliz y te vigilan mientras golpeas a tus esperanzas y corres detrás de tus sueños. Niñeras que duermen poco, que beben de más. Niñeras que te montan un circo en apenas dos minutos, con una sonrisa en los ojos, sin esperar nada a cambio, sin necesidad de disfraz.

Niñeras novatas y edulcoradas, niñeras forradas de ilusión. Niñeras vetustas, curtidas y ajadas. Niñeras sapientes, niñeras sin alas. Niñeras al cien por cien. Niñeras por las mañanas. Y por las noches. Y por las tardes. Qué coño, niñeras.

Se dice que han cumplido con creces pero siempre se puede mejorar. O eso dicen, al menos, el jefón y el jefe.

Con estos niños, y estas niñeras, la vida sonríe, no se puede negar. Nos vemos pronto, y gracias por escuchar.

P.d: Ya empiezo a echar de menos el Montanya.

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