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Mientras tanto, enviando cartas desde la ciudad del viento

domingo, 19 de agosto de 2012

Enxebre


Abrió la maleta un día después de lo permitido, pero nadie miraba, así que se tomó esa licencia con los tiempos a corto plazo. La ropa húmeda abrió las esencias de ese equipaje desacertado desde su origen: eucalipto, lluvia, sol, arena, playa, rocas, algas y el más azul de los mares. No era un mal recuerdo, pensó.

Llegaron mojados, los dos solos, confiando en que el resto de los tripulantes de ese vagón de tercera lograran arrebatarle la cena al mar. La madera crepitó dando la bienvenida y el orvallo, demasiado tardío para la ocasión, invitó a que los dos extraños pasasen a esa cabaña del fin del mundo.

Nada podía ser mejor, sonaba la vida en pausado galego en una tarde más para ellos ,pero de libro de aventuras para los recién llegados. El posadero tomó el papel de barman y anfitrión y el vino blanco se encargó del resto. Solo las palabras enrarecidas por el humo del viejo hornillo que aliviaba la sed de los hambrientos y las miradas complacientes de los del lugar levantaban ese velo embrujado que adormilaba a los forasteros. Se podía fumar los días de lluvia, así que no se podía pedir más.

Afuera, más allá de los cristales que apenas encajaban con la madera desvencijada y que sufrían la tempestad, el fin del mundo les esperaba. La niebla sobre las dunas mojadas, las últimas olas lamiendo la orilla, sus sueños mezclados con quimeras de salitre. Las miradas perdidas en las gotas que corrían por las ventanas brillaban con cada nuevo testimonio y las carcajadas y confesiones se alzaron protagonistas, sabedoras de que ese sempiterno instante no pasaría más allá de los goznes oxidados que asomaban en la puerta de entrada.

Poco a poco, el conjuro fue apagándose hasta que la espuma de las jarras se quedó sin compañía. Pagaron lo debido y fueron nombrados caballeros, y con los bolsillos vacíos pero el alma rebosante partieron por donde habían llegado, en silencio, buscando la lumbre uno, papel y lápiz el otro, notando el triunfo del momento bajo la piel de gallina.

Volvieron por carreteras perdidas sintiendo que el silencio era el mayor homenaje posible.

La culpa, pensaron, debió de ser de la lluvia.







viernes, 2 de marzo de 2012

Shadows


Dicen que bajó el estaño y se apagaron las promesas. Los hielos, vanidosos ellos, pendían ahogados de un hilo que no acababa de cortarles las alas. Las musas soñaban entre grados etílicos y los hados, vestidos con camisa de Jack Daniels y pinza fina, volvían a servir.

Lucía camisa a cuadros y una sonrisa entre las tempestades. No vendía nada y sin embargo, cargado de buenas voluntades, rebajaba sus pertenencias hasta una mirada de sinceridad. Nada valía más, y él lo sabía, que un testimonio gratuito de una historia vivida a las velas. Que un pagaré de vuelta, que una pupila verde, que una canción cansada.

Dicen que se acunó en los desvelos de la música en acordes de despedida, de mañanas sonando en alarmas en laudes en sí-bemol, en almohadas celosas, en sábanas vacías.

Se fue a tomar unos vinos vestidos en crisis helena y acabó peinando las barras, no de rizos de desmesura sino de historias para no dormir.

Tomó el camino de siempre, por donde crujen las pisadas desdichadas.
Por donde resulta fácil volver.
Por donde trafican los sueños ilusos.
Por donde duermen las madrugadas.



sábado, 3 de septiembre de 2011

Hope lost


Sonó la canción cuando todo el mundo buscaba un limón en el que ahogar la acidez de ese último chupito. No había sal, y las lenguas se ahogaron en un profundo grito de soledad. Las servilletas, apiladas en una negra espiral, cumplieron su cometido.

Fue entonces el momento de las luces, y esa noche se olvidaron de brillar. Jugaron a perderse entre las sombras y los chicos, demasiados para tan poca falda, apuraron un sorbo más, tratando de que las copas hicieran de las suyas. Todos esperaban un cambio de tercio y pocos estaban preparados para lo peor.

El suelo no daba más de sí y los taburetes, con demasiadas expectativas, cogieron de soslayo a los más tímidos. Ya nada podían hacer para huir de sus brazos. Quizás, y como tregua para no alterar el sentido de los hechos que han de ser así, agitaron los hielos con un movimiento circular buscando las burbujas del olvido. 

Y allí estaba, una vez más. Vestía camisa blanca y corbata, demasiado aflojada para la ocasión, pero lucía una sonrisa, otra vez, que no era capaz de olvidar.

Lo mejor fue huir del lugar aguantando los reproches.

Lo mejor, pensó, fue perderse entre sus pasos.

Y oler las flores.









viernes, 26 de agosto de 2011

A journal for a dreamer


Era una noche de conversaciones a motor apagado. De esas que empiezan en punto muerto, al ralentí, pero piden a gritos los silencios de las ventanillas bajadas, de los cigarros sofocados. Los asientos rezumaban entonces olores indescriptibles y, con las palabras mudas y los ojos brillantes, las ideas fluían en una danza humeante con la clara intención de solucionar un mundo endémico de amor, de vida, de compasión.

Había habido cervezas con sabor a reencuentro en la plaza donde todos vivimos alguna vez pero donde solo unos pocos se besaron bajo las farolas. Que, por añadir algo más, eran pocas, pero bonitas. Quizá hubo algo más de lo esperado y se echaron en falta historias para no dormir, pero está claro que, de algún modo u otro, las musas corrían por las venas.

Las colillas, que latían sobre el asfalto esperando una nueva chispa en los ojos, un giro en la conversación, asistían como testigos a ese cómplice testimonio. De vez en cuando se avivaban alimentadas con cartillas de racionamiento y los dos personajes, ajenos al milagro candente que ocurría sobre la brea y la pintura, se miraban, pacientes, esperando encontrarle sentido a todo ese cóctel de desorden neuronal.

Soñaban entonces y las lumbres corrían atizadas emitiendo pequeños zumbidos luminosos como si de una sístole y una diástole se tratara, jugando en perfecta armonía con las palabras acertadas. La radio, que hasta entonces había permanecido en sigilo mimetizada con medias onduladas, chisporroteó emitiendo un pitido ahogado, cansada de tanto humo y de tanta promesa.

Bajó del coche sin mirar hacia atrás. Las llaves entraron a la primera y los dedos buscaron teclas en los bolsillos. Dudó, por un momento, en encender la ventana hechizante, pero los pies le llevaron a luchar sin tregua con los desvelos. Era, después de todo, una noche para dar vueltas. Quizá las palabras estaban enfermas de píxeles y la solución estaba al alcance de una pluma y un tintero, pese a que nunca le gustó su letra.

Quizás fue una señal, o quizás no. Pero algo estaba claro.

Fue el regalo perfecto.

domingo, 24 de julio de 2011

LOWCOST

Rabia contenida, deshilachada.

Jirones de un acorde ahogado entre los mares de luces de neón que no llegaron a estallar.

Lamentables efemérides vestidas de grupis sin efectivos, de dj’s de carmesí.

Bandas corruptas de poperos de todoacién.

Bailarines sin miedo, saltimbanquis sobre la cuerda floja.

Tralla, mucha tralla.

Pulseras cohibidas de un ritmo del desamor.

Me fui con el barro pintando mis piernas y las ganas ahogadas en tickets de usar y tirar.

Los aspersores, taimados infantes de un juego de adolescentes, hicieron de las suyas, y los más despiertos jugaron sobre el césped recién cortado.

Los charcos nadaban las faldas morenas al son de los mercenarios y la música, atronadora, eléctrica, aplastante, colosal, teñía las horas del albor.

Allí quedaron los colores, las risas, los sueños, las niñas.

Se perdieron, esta vez, mis baldosas amarillas.


domingo, 17 de julio de 2011

Niñeras

Niños, oigan. Niños de todas las edades. De todos los sabores y de todas las marcas. Niños pelotudos, de la concha de tu madre. Niños aztecas con cara telenovela y nombre de repostería. Niños gringos, niños de calle los Andes esquina con Machu Pichu. Niños del sur, niños del norte. Niños de todas partes.

Niños malcriados y niños adorables. Niños que no saben por dónde les da el aire. Niños recién salidos del Serenguethi y que te sorprenden un día sí y un día también. Niños sociales, niños tímidos, niños a mares.

Niños que te persiguen, niños que se te escapan. Niños que estarían mejor si a la cama los ataras. Niños traficantes, maleantes. Niños y más niños con infinidad de nombres. Niños amantes.

Niños esquivos, escapistas. Niños de los de “érase un niño a un monitor pegado”. Niños mágicos, trapecistas de la sociabilidad. Niños buenos, niños sin maldad.

Y ante los niños, niñeras. Mayordomos, babysitters, domadores de pequeñas fieras. Caza terroristas de hotel de cuatro estrellas siempre a la última moda. Expertos en el arte de dorar la aspirina infantil. Paseadores de canes de Central Park vestidos de verde y negro y unidos en Montanya.

Niñeras digo, niñeras a saldo con disponibilidad 24 horas a su servicio. Niñeras que saltan, niñeras que gritan, niñeras que lloran, niñeras que te llevan de la mano a ser feliz y te vigilan mientras golpeas a tus esperanzas y corres detrás de tus sueños. Niñeras que duermen poco, que beben de más. Niñeras que te montan un circo en apenas dos minutos, con una sonrisa en los ojos, sin esperar nada a cambio, sin necesidad de disfraz.

Niñeras novatas y edulcoradas, niñeras forradas de ilusión. Niñeras vetustas, curtidas y ajadas. Niñeras sapientes, niñeras sin alas. Niñeras al cien por cien. Niñeras por las mañanas. Y por las noches. Y por las tardes. Qué coño, niñeras.

Se dice que han cumplido con creces pero siempre se puede mejorar. O eso dicen, al menos, el jefón y el jefe.

Con estos niños, y estas niñeras, la vida sonríe, no se puede negar. Nos vemos pronto, y gracias por escuchar.

P.d: Ya empiezo a echar de menos el Montanya.

domingo, 12 de junio de 2011

De vuelta

Crujía el mimbre bajo la sábana mojada. La ducha había sido fría, la historia, acompasada.

Todo aconteció como era de esperar, nada se salió del cauce y los meandros, con tiempo libre permitido, aprovecharon para zurcir las horas del desamor.

Cúpido voló sobre el nido del cuco y el cierzo, ungulado patrón de las horas de espera, buscaba en sus rachas acunar al serval.

Volvía a casa al precio de dos setercios más un maravedí, sin propina esta vez, y las críticas acabaron siendo mofas, burlas finas, disumuladas. Se sentaron al acecho de las buenas ideas y al calor de la lumbre y el pan.

Él, como siempre, mordaz y somardón, comentaba los últimos hechos desde el punto de vista que hasta ahora nadie había tenido en cuenta. Cauteloso y mundano, agorero y tenor, mordía migajas de la desdicha, clamaba las odas de esa entelquia rampante acechante de las mentes brillantes, de esa dulzura del corazón.

Qué más daba si Ouagadougou era capital de Burkina Desfaso, si sonaban los Beatles en la llamada en que las mañanas, perdidas de sueños y durmiendo en las alas del calefón, alguien comentaba, sin mala intención, que el mundo era joven y ameno, que a nadie le importan los lunes al sol.

El lenocinio tras las cortinas de acento latino llamaron las gracias y su atención, pero qué remedio, la bondad no se compra y no te precio. No cabe duda, él era un genio.

Sin homenajes, sin más remedios, se fue a su casa cantando a Baviera del este que no durmiera en las noches, que se montara en el tren de ilusiones que venden los niños en mercadillos de chapas.

Que la sonrisa en tinieblas, danzando al son de un ritmo engañoso, de un grado entre hielos, no era la que merecía. La que deseaba.

Al fin y al cabo, era una noche más.

Y él era un genio.