Son la una y quince minutos de la mañana hora local en Horsens. El termómetro marca cero grados y en los alrededores anuncian nieves y fuertes vientos.
El pequeño, cargado de café y un ibuprofeno para su maltrecha garganta, continúa dejándose la vista en el autocad, tratanto de salvar el culo a los rusos y a este proyecto que no va a ningún puerto. Tres pisos más arriba, el trabuco malagueño hace lo mismo, quizá con más ardua tarea aún si cabe.
Además, a sabiendas de que no terminarán, siguen luchando por sacarlo a flote y volver a forjar una gesta como ya hicieron la última vez.
Cabizbajo, mientras hace un apurado esfuerzo por no caer dormido, se frota los ojos llorosos y trata de calcular cuántas horas lleva delante de los dichosos planos y documentos estúpidos en este día. Asombrado, sabe que se acercan a la docena.
En un golpe de rabia, sabiendo que los comunistas bolcheviques estarán en el tercer sueño, decide cerrar de una vez el trabajo y clama al cielo porque todo vaya bien. Mañana se tendrá que enfrentar a Lenin y Stalin y ordenarles más tareas, ya seguro sabedor de su papel de líder en esta "Xeitosa" que siempre mira hacia la orilla, aunque jamás llegó a tocar sus blancas arenas.
El viernes a las 8,20 se volverá a enfrentar con sus carontes para cruzar la delgada línea de la laguna, y sus mayores temores son naufragar. Más allá, a lo lejos, tras las oscuras aguas plagadas de vicios suculentos, se encuentra su destino, cuatro semanas de trabajo personal para el que no está preparado, pero que espera con un anhelo y una nostalgia inusuales en él.
Con dos puntos, un paréntesis y una mirada silenciosa pero comprensiva, se despide de su compañero, deseándose suerte en estas pocas horas de vida comunal que les quedan juntos.
El trabajo ha sido duro, ambos lo saben, y se consideran felices por haber tratado de responder ante una afrenta para la que consideraron no estar preparados apenas unos días atrás. El resultado, Dios dirá, les es ahora indiferente. Sólo les importa descansar, perderse entre las sábanas mientras desean dormirse pronto y volar en brazos de aquel que cuando llega no avisa.
Además, se sienten afortunados.
Les separan 10 metros apenas, menos aún, y sin embargo, están más cerca.
El trabajo, piensan, también hace amistad.
Nos vemos mañana, camino de la frontera, quizá andando porque el viento es tan fuerte que hace del trayecto en bici peligroso. A las ocho y viente, como siempre.
Buenas noches, y buena suerte.
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